Una de las newsletters que decidí dejar en mi bandeja de entrada después de hacer un "detox" digital en mayo de este año es la de la sección Moda del diario El País. Hoy leí "Lo Raro es Vivir" de Noelia Ramírez. Vaya coincidencia, Noelia cuenta la historia de su sobrino y del cambio de estaciones. Yo, que me declaré en el otoño de mi vida al cumplir cuarenta y cinco, sentí que, sin saberlo, Noelia me hablaba a mí.
Hace unas semanas, mientras buscaba claridad sobre mi camino profesional, resolví postularme para ser alcaldesa local. Se trataba de un buen empleo que me permitiría liderar un plan de desarrollo local al tiempo que me haría con los ingresos para suplir las necesidades en casa. Esta vez, como tantas otras, me descubrí con el entusiasmo de quien espera algo nuevo: optimista y gestando planes en mi cabeza.
En la noche del primero de octubre, un comunicado de la Junta Administradora Local me informó que, en sesión plenaria de ese mismo día, decidieron no incluirme en el listado. Palabras más, palabras menos, cometí un error al postularme que me puso en desventaja al depender de un favor de la burocracia local. No pasé el primer filtro.
Yo, que a menudo siento que vivo fuera de tiempo y lugar, me veo reflejada en ese deseo de experimentar algo diferente, sin importar lo que diga el contexto. Pensaba en las veces que pedí orientación, los mail que envié a desconocidos buscando ayuda, el miedo que sentí al atreverme siquiera a contemplar esa posibilidad, la política además de tener una mala percepción social resulta esquiva para las mujeres y aunque esta posición se suple por un proceso meritocratico tambien tiene su tinte politico, no en vano la ultima decision la toma el alcade mayor de Bogotá.
Estos días de búsqueda laboral me he sentido como en un otoño incierto: días soleados que terminan en tormenta, decisiones que parecen claras pero que luego se nublan. Sales de casa pensando que lo tienes todo bajo control, pero al final del día te das cuenta de que la vida te sorprende y no siempre estás preparada.
He aprendido a no juzgar esa incertidumbre, ni en mí ni en los demás. No importa si tardamos en encontrar nuestro propósito o si sentimos que estamos fuera de lugar. Me doy cuenta de que, así como algunas personas se adaptan perfectamente a las estaciones de su vida, también hay momentos en los que debemos darnos la libertad de explorar lo nuevo, aunque parezca fuera de tiempo. Nunca es tarde para estrenar una "nueva estación" en nuestra vida, ni para sacar esas botas altas que llevan esperando en el armario, listas para explorar un nuevo camino.
A veces envidio a quienes parecen tener todo bajo control, quienes saben exactamente cuándo sacar las prendas adecuadas para cada estación de su vida. Yo, en cambio, vivo con la sensación de que todas las posibilidades están siempre a la vista, aunque solo sea dentro de mí. No sigo las reglas que dictan cuándo o cómo debemos actuar, sino que busco mi propio ritmo.
Y es que, en realidad, no existe un tiempo perfecto para nada. Aprender eso ha sido liberador. Como las 14 estaciones que se reconocen en Japón, que dividen el año en periodos más pequeños que nos permiten apreciar la transformación de la naturaleza en detalle, cada fase de nuestra vida tiene su propio ritmo, determinado no por lo que se espera de nosotros, sino por lo que sentimos dentro. Así, me encuentro en mi propia estación: la del cambio, el reencuentro conmigo misma, con nuevas oportunidades que, sin importar cuánto tarden en llegar, sé que siempre estarán ahí esperándome, listas para ser estrenadas.
Hoy abrazo mi presente con gratitud, disfrutando de la compañía de las mujeres que amo: mi madre y mi hija. Sigo buscando un nuevo propósito, mientras dedico mi tiempo a desarrollar la cultura de paz, fortalecer la salud mental e impulsar la autonomía económica de las mujeres que bien puedan obsequiar me su confianza.
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